Objetivos luminosos: sí... no... según

José Luis Trullo (texto y fotos).- Una de las obsesiones comunes a los usuarios de equipos fotográficos es la luminosidad de sus objetivos. Existen enormes diferencias de precio (y de interés popular) entre dos versiones de una misma focal, por medio punto más o menos de número f. Hay quien sería capaz de desembolsar cientos de euros por un 50 mm f 1,2 cuando, hasta entonces, con su f 1,4 no sólo podía defenderse dignamente, sino que incluso... ¡hacía fotos decentes! Pero... ¿está justificado tanto entusiasmo? ¿Compensa el desembolso? ¿O es una mixtificación, fruto del culto a lo raro y exclusivo?

Vayamos por partes. En principio, y según la teoría óptica, el número f no es una cifra mágica ni un valor etéreo, sino una proporción, en concreto la relación entre el diámetro de la pupila frontal de un objetivo y su longitud focal. Según la Wikipedia, se trata de "una cantidad adimensional N que resulta de dividir la longitud focal entre el diámetro de la pupila de entra D de un sistema óptico cualquiera". Lógicamente, esta es una definición genérica pues, por esa regla de tres, sería sumamente sencillo contar con angulares luminosos... lo cual no ocurre, debido a su diseño de "tele invertido" que obliga a interponer elementos y aumentar esa proporción...

Mitsuki 135 mm f 2,8 a plena apertura
El número f de un objetivo nos informa acerca de su luminosidad efectiva, pero implica muchas más cosas. Un objetivo luminoso nos permite utilizar velocidades de obturación más rápidas, fotografiar en condiciones desfavorables de luz u obtener instantáneas en circunstancias específicas como interiores, anocheceres, etc. También es un buen aliado de los enfoques selectivos: un objetivo rápido permite aislar el motivo de su entorno con mayor facilidad, pues su profundidad de campo a plena apertura es menor, aunque también... resulta más difícil de enfocar, por la misma razón.

En la imagen de la derecha, hemos podido centrar la atención en la alambrada y desenfocar el edificio del fondo gracias a la focal utilizada (la cual "comprime la perspectiva", es decir, reproduce el tamaño del primer plano y del fondo de un modo menos drástico que, por ejemplo, un angular), a la distancia respecto al motivo (próxima, dentro de lo que permitía la distancia mínima de enfoque del teleobjetivo utilizado) y, en último término, su reducido número f.

En realidad, un objetivo luminoso no es ninguna panacea; excepto en casos excepcionales, como el Canon FD 50 mm f 1,4 que se ha analizado en Objetivos Manuales, suele acarrear cierto número de desventajas que puede llevarnos a dudar de su auténtica utilidad. Veamos algunos de ellos:

- los objetivos luminosos, por su propia construcción y diseño, suelen necesitar más lentes intermedias para corregir las aberraciones fruto de una pupila frontal más amplia, lo cual redunda en un mayor peso;

- su nitidez a plena apertura suele ser más blanda que las versiones de la misma focal más lenta, algo que se reproduce tanto en focales cortas como largas;

Rokkor-X 50 mm f 1,4 a plena apertura

- el diámetro del frontal exige el uso muy escrupuloso de un parasol, pues la incidencia de rayos oblicuos puede generar flare y disminuir el contraste de manera drástica, incluso en tomas aparentemente neutras;

- por los mismos motivos arriba señalados, la resolución baja en las esquinas de los objetivos luminosos, pues el haz de luz debe realizar un esfuerzo mayor para converger sobre el plano focal, en comparación con una óptica menos rápida;

- en caso de montar un objetivo manual luminoso en una cámara digital, sobre todo si no se trata de un sensor FF, la entrada de un exceso de luz en la cámara puede reducir drásticamente su rendimiento, obligándonos a diafragmar... y a perder todas las presuntas ventajas de un número f bajo.

Si esto es así en los objetivos llamados estándar (focales fijas equivalentes en torno a 50 mm en paso universal), no digamos cuando se trata de teleobjetivos o de zooms con un rango focal considerable, superior a x2. Los problemas que han debido afrontar los ingenieros a la hora de diseñar sus prototipos han sido de órdago, y no siempre los han resuelto todos... ni del todo.

Y sin embargo... un 135 mm f 2,8 puede costar en el mercado de ocasión un 30% más caro que un 3,5... un 200 mm, el 100% más... por no hablar de focales superiores, cuyo precio se dispara. Cuando bajamos de f 2,8 en el caso de angulares y teles, y de f 1,4 en el de objetivos estandar, entramos en una dimensión resbaladiza, donde la rareza del objetivo concreto se coloca por encima de su auténtico valor fotográfico.

Vivitar 35 mm f 1,9 a plena apertura
Llegamos así al punto clave del argumento: ¿cuál es el valor de un objetivo luminoso? Es decir, ¿para qué sirve? Se puede comprender que un reportero gráfico, que debe disparar al límite en situaciones de luminosidad impredecible, con velocidades altísimas de obturación, se obsesione con las ópticas rápidas... pero, ¿realmente se necesita disparar a plena apertura un domingo al mediodía, por poner un caso extremo? Si nuestra preferencia son los paisajes, ¿por qué vamos a renunciar a un objetivo lento y más económico, e incluso (quizás) más nítido y contrastado, sólo por un presunto rendimiento superior de uno igual, pero más rápido... y caro? Si componemos bodegones sobre trípode, ¿para qué emplear una óptica cuya menor profundidad de campo exige aperturas tan cerradas que nos llevan al borde mismo de la difracción?

Y si contamos con el hecho de que las modernas cámaras digitales permiten, en caso de apuro, aumentar el ISO cómodamente... el asunto va aclarándose poco a poco, y en un sentido no previsto.

Como ya es marca de la casa, nosotros estamos por la pauta del uso: el fotógrafo no debería obsesionarse con parámetros neutros y universalmente válidos (como es la luminosidad de un objetivo), sino preguntarse a sí mismo por sus propias tendencias y necesidades reales. Un equipo inadecuado para el empleo que se le da: ¿cabe una inversión más ruinosa? Las ópticas fotográficas no se hicieron para venerarlas en una vitrina (aunque muchas de ellas lo merezcan), sino para ser utilizadas en propósitos concretos. El problema, muchas veces, es que ni siquiera sabemos lo que necesitamos... Pero eso es harina de otro costal.