Falcon 28 mm f 2,8: y tú, ¿de quién eres?

Redacción.- Uno de los fenómenos más perversos a los que estamos asistiendo en los últimos años, tanto en el mercado de los artículos fotográficos como del consumo en general, es la desvinculación absoluta de la "marca", como valor de referencia, del sentido que se le atribuye socialmente. Hasta hace poco, confiar en una marca implicaba reconocer una trayectoria empresarial de constatada solvencia, basada en un conocimiento y una profesionalidad fuera de toda duda. Ciertamente, ello impulsó a no pocas corporaciones a abusar de la confianza de sus clientes, comercializando en ocasiones productos de baja calidad fabricados por terceros bajo su propia égida (pensemos en los modelos básicos de cámaras manuales que Cosina facturó para Nikon o Minolta). También empezó a darse el proceso contrario: aventureros que por unos pocos dólares usurpaban las marcas de antaño para, amparados en sus añejas virtudes, poner en el mercado artículos que nada tenían que ver con su legítima prosapia (lo cual se ha dado incluso en el sector alimentario, donde un célebre muñidor de fiascos empresariales utilizó marcas de-toda-la-vida para revestirse de un aura de respetabilidad que por sí mismo jamás habría logrado).


Así, hoy en día nos encontramos con objetivos Voigtländer que nada tienen que ver con la histórica casa alemana, por no hablar de Vivitar, Samyang o el caso que hoy nos ocupa: Falcon. Se trata de una de tantas referencias repescadas de la noche de los tiempos para comercializar modelos de objetivos clónicos entre sí, no necesariamente malos, pero sí huérfanos de antecedentes históricos. Así, el potencial comprador se siente invitado a imaginar que puede adquirir un producto avalado por largos años de pervivencia en el mercado, con todo lo que ello significa en términos de seriedad y fiabilidad. En cierto sentido, se trata de una modalidad de fraude, aunque tan interiorizado por los productores que se ha convertido en una especie de franquicia o patente de corso.


De todos modos, y como hemos dicho, no porque un producto se presente ante nosotros investido de un prestigio inmerecido tiene por qué defraudarnos. Este humilde angular Falcon 28 mm f 2.8, por ejemplo, cumple perfectamente con las expectativas, e incluso puede llegar a superarlas. Pequeño, ligero y compacto, es similar (cuando no idéntico) a decenas de objetivos que, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, invadió un mercado ávido de ópticas intercambiables. Tampoco arriesgaremos aquí una hipótesis de paternidad, que dejaremos para otras plumas mejor documentadas. Sin embargo, ofrece algunas prestaciones muy interesantes: por ejemplo, consta de medios clics de diafragma, cierra hasta f 22 y goza de una distancia mínima de enfoque tan reducida (19 cm) que nos permite alcanzar la ratio 1:5. Está bien diseñado y construido, y arroja una calidad óptica justa, sin grandes distorsiones (al menos, en la medida que podemos constatarlas con una cámara del formato 4/3) ni aberraciones cromáticas desmesuradas, como se puede comprobar en la fotografía de las hojas al contraluz. Tal vez echemos de menos un contraste menos acusado, el cual no es arriesgado atribuir a unos revestimientos más o menos económicos. La reproducción del color es algo fría, aunque sin llegar a los extremos de otras referencias más populares.



En definitiva, un angular muy correcto que puede proporcionarnos modestas satisfacciones, a condición que no le pidamos peras al olmo y nos centremos en utilizar los instrumentos de que disponemos de la manera más creativa posible, sin obsesionarnos por unas virtudes intrínsecas que, a veces, ni siquiera sabemos si podríamos aprovechar.